sábado, 11 de diciembre de 2010

“El Atentado” (2010) de Jorge Fons


Las dos cadenas más grandes de exhibición, Cinemex y Cinepolis, acordaron –no por escrito– que en el mes de Septiembre, por ser los festejos del Bicentenario, le darían más espacio (léase: número de salas y 2 semanas en cartelera) a las películas mexicanas que se estrenaran en dicho tiempo. Las elegidas fueron No eres tú, soy yo de Alejandro Springall, El Atentado de Jorge Fons, El Infierno de Luis Estrada, Hidalgo, la historia jamás contada de Antonio Serrano, Brijes de Benito Fernández y Héroes Verdaderos de Carlos Kuri. Estas seis películas han sido utilizadas y presentadas, por ambas cadenas, como “lo mejor del cine mexicano”. Incluir el adjetivo “mejor” para estas cintas, definitivamente, no engloba lo que hasta ahora se ha visto; al contrario, sólo una película (El Infierno) ha demostrado estar a la altura del eslogan publicitario.

Desde antes, al conocer las elegidas para ser financiadas o apoyadas por el gobierno federal, se vislumbraba aquellas que serían dignas de verse y aquellas que bajo ninguna circunstancia uno debía pararse por las salas de cine. En este sentido, El Atentado y El Infierno resaltaban, no sólo por el elenco que se anunciaba, sino, por los directores que acompañaban los proyectos: Luis Estrada y Jorge Fons. Sin temor a equivocarme, la mayoría de los especialistas estaban más ansiosos con el regreso de Jorge Fons, puesto que, no filmaba desde El callejón de los milagros (1995).

Pasaron quince años para que el director de Los albañiles (1976) y Rojo amanecer (1989) volviera a presentarnos un largometraje dirigido por él. Aparentemente nadie pensaba, o percibía, que los años que pasó inactivo (aunque trabajo para la televisión) fueran a afectarle a alguien que había sido bastante solvente en su discurso cinematográfico.

Era importante iniciar con este preámbulo sobre el director porque se tenían grandes expectativas con su regreso a la dirección; aparte que la película tendría todo el apoyo posible para su impoluta producción, distribución y exhibición. Lamentablemente no todas las predicciones arrojan los resultados esperados, pero, a continuación planteó mis argumentos.

La película tiene como telón de fondo el desfile conmemorativo de la independencia que realizaba cada año el Presidente Porfirio Díaz. Entre el festejo, e instantes antes de que ocurriera, dos hombres preparan un atentado contra el Presidente. El ejecutor del crimen, Arnulfo Arroyo, se pierde entre la gente y asesta el golpe. El atentado sucede, empero, sólo es el inicio para adentrarse en los motivos y razones que tuvo Arnulfo Arroyo para realizar el atentado, así como, descubrir los oscuros hilos que promovieron el delito.

El guión es una adaptación de la novela El Expediente del Atentado de Álvaro Uribe, por lo cual, la película está condicionada al ambiente y contexto histórico construido por Uribe para su novela “histórica” (supongo que tendrá los mínimos niveles de exigencia para llamarla “histórica”). Menciono esto último porque eso modifica cualquier análisis historiográfico que intente hacérsele al film, es decir, no se elaboró un guión original en donde se intentara recrear la sociedad mexicana de fines del siglo XIX, sino, se llevo a la pantalla situaciones construidas para narrar una novela y eso se nota.

Digo que se nota porque el desarrollo de los personajes obedece más a aspectos literarios y dramatúrgicos que históricos. Me explico. Al principio es evidente que estamos ante el descontento social que provocaba el gobierno de Porfirio Díaz, por eso, según la premisa, se engendra un atentado en su contra, pero, conforme avanza la historia que nos cuenta Jorge Fons, la idea principal se desvanece y terminamos instalados, sin saberlo, en un romance apasionado entre un poeta y su amante que al inicio tenían un papel secundario y que fueron tomando fuerza hacia el desenlace de la narración. Los motivos de Arnulfo Reyes, la supuesta actitud de Díaz ante el atentado, el desmoronamiento interno del gabinete presidencial, el poder de la prensa escrita y cualquier tipo de reflexión en torno a la época de Porfirio Díaz queda reducida a una historia de amor.

Lamentable que un director como Jorge Fons no tenga la capacidad para notar, o vislumbrar siquiera, que su historia se desmorona a cada paso que da. Por supuesto, no podemos soslayar que al inicio de la cinta, Fons deja claro que estamos frente a una representación de cómicos de carpa que están actuando el mentado atentado; incluso se antoja más la representación realizada por estos hilarantes actores de carpa que lo que sucede cuando vuelven a la narración principal.

Precisamente, retomando lo anterior, las actuaciones están en tonos diferentes y, siendo más específicos, hay un serio problema de dirección de actores. Por ejemplo los protagonistas: 1) Daniel Giménez Cacho: a pesar de toda su trayectoria y gran nivel actoral, nunca entendió hacia donde iba su personaje y se mantuvo en una interpretación sobria e indiferente; 2) Irene Azuela: esta actriz confirmó el estado actual de su capacidad histriónica, es decir, por momentos cae fácilmente en la sobreactuación y necesita un director que la guie para no pasar de lo sublime a lo caricaturesco; 3) Arturo Beristain: hace años inventé un término para definir este tipo de actuaciones: “actuación equilibrista”. Cuando digo “equilibrista” me refiero, en este contexto, a la elección peligrosa que hace un actor para llevar a cabo su interpretación, pues, si no es controlada, la actuación puede caer en lo inverosímil o, si se mantiene, puede quedar excelsa, desde luego, a pesar de momentos complicados, Beristain logra un excelente Porfirio Díaz; 4) José María Yaspik: este señor había logrado convencer a la crítica cinematográfica de que era actor con su trabajo en Las Vueltas del Citrillo, lamentablemente sus dos últimos trabajos, Abel y El Atentado, hicieron resurgir dudas de su capacidad, sobre todo ese tono de voz que hace en El Atentado que es para agarrarlo a patadas; 5) Julio Bracho: sólo una pregunta, ¿es actor? Mención aparte merece Carlos Cobos que interpreta a uno de los cómicos de carpa, puesto que, otra vez, como en toda su filmografía y su trabajo en teatro, logra una ovación de pie y con aplauso.

Para finalizar pienso que se desperdiciaron muchas cosas con este filme: se desperdicio presupuesto, talento, una reflexión crítica sobre la época de Porfirio Díaz, y la oportunidad de que la gente viera una buena película mexicana, pues, se contaban con dos cosas que nunca tiene el cine mexicano, publicidad y permanencia en cartelera. Como la mayoría de los críticos de cine, diré que si quieren ver una película que aborda los últimos años de la presidencia de Porfirio Díaz con sobrada capacidad, tanto en el guión como en el director, vean, la ya mencionada arriba, Las Vueltas del Citrillo (2006) de Felipe Cazals.

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